Alguien tiene que escribir toda
la locura que está pasando en esta burbuja de concreto.
No hay mejor manera de
describirlo que las dos realidades totalmente contrastantes entre la
vida que hay en la ciudad y la supervivencia que pasan innumerables
personas en terreno salvaje.
Una vez mi hijo Mark me preguntó
que por qué la gente insistía en vivir afuera de la ciudad. Le
perdoné la pregunta por sus inocentes 7 años de edad. A quien no se
la perdono es a Roth, mi vecino, que entre chistes en su barbacoa
dominical no entendía cómo había gente viviendo en los bosques, en
pleno Siglo XXVI.
La verdad es que Roth es el
ciudadano promedio. Solo le interesa divertirse los tres días del
fin de semana. De lunes a jueves tiene un trabajo de oficina bastante
monótono. Y le da igual lo que pase más allá de las fronteras
amuralladas de nuestra “armoniosa” urbe.
Lo que quiero compartirle,
querido lector, es que los caseríos y pequeños pueblos que
sobreviven al aire libre no lo hacen por decisión. La gran mayoría
son familias exiliadas, por buenas y malas razones. Entre los
arbustos hay campamentos improvisados con restos de basura por
antiguos residentes de “El Corralito”, como se le apoda a la
prisión estatal.
A eso se le suma la presencia de
animales salvajes, y por supuesto, nuestro gran dolor de cabeza: las
criaturas radioactivas. Esos engendros mutantes que son capaces de
destrozar tu brazo con sus mandíbulas, aplastar tu cráneo con sus
puños o hacerte pedazos para comerte por partes.
Claro, que para El Gobierno y las
Casas Élite, deberíamos sentirnos más seguros con los cazadores
eliminando a estas bestias que alguna vez fueron humanos. Pero la
verdad es que los cazadores son mercenarios cuyo único objetivo es
el oro, no el bienestar del ciudadano común. Eso es un problema,
porque cuando se acabe el oro, se acabará la protección... la
sensación de seguridad es solo un espejismo.
No creo que haya afuera un
cazador que se preocupe por el bienestar de nosotros, cuando ellos
tienen hogar, buena suma de dinero, las mejores mujeres del palacio
de placeres y la mejor comida de La Macia.
Y si hay alguno que de verdad le
preocupe, y esté leyendo estas líneas, que sepa que cuenta con mi
respaldo de lo que sea, desde El Observador de La Muralla, el único
medio independiente que queda en esta ciudad.
Leonardo Cubo
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