sábado, 23 de abril de 2016

La Niña que Decapitaba

Piedad creció en un ambiente donde cada mañana debía luchar con un jabalí para poder comer al final de la jornada.
Tener al jabalí muerto en su espalda, mientras lo llevaba a casa, no era garantía de que comería esa noche. Sus habilidades incluían esconder al animal, cocinarlo y comer de primera antes de que sus cuatro hermanos le arrebataran la pieza. Y solo tenía nueve años.

A los ocho años de edad, su padre se fue de casa a buscar tesoros en una nueva ciudad hacia el Este. Quizás los encontró, pero nunca volvió. Su madre estaba muy ocupada atendiendo a los hombres que entraban a la cabaña, cercana a la muralla.

Así que, desde los ocho años, Piedad estuvo sola contra el mundo y sus cuatro hermanos mayores: Guillermo, Carlos, Patricio y Alberto. Pocas veces salían de cacería, hasta que Pilar aprendió a cazar por su cuenta. Ahí decidieron que la hermanita menor debía darles sustento a diario, mientras que ellos pasaban buena parte del día en la taberna del caserío, bebiendo cerveza y coqueteando con mujeres.

Por eso, a los 12 años, Piedad ya había desarrollado las habilidades necesarias para irse a vivir sola. Sin rumbo fijo, se adentró en el bosque, en sentido hacia la gran ciudad, pero alejada del caserío apodado “Cochino Muerto”, donde residía su familia.

La vida sola tuvo momentos muy duros. Su primer hogar fue una serie de desechos que armó como una vivienda, pero fue destrozado en medio de la noche por una manada de rabiosas criaturas que Piedad apenas sobrevivió.

Luego se mudó a una cueva, pero estaba lejos de cualquier sustento de agua, a diferencia de su anterior residencia.

Frustrada, Piedad maldijo todo lo que le rodeaba por su destino que parecía maldito. Pero encontró un lugar donde refugiarse, en lo más alto de los árboles, empezó la construcción de su nuevo hogar. El hecho de que estaba cerca de la muralla, le ayudaba a mantener la construcción estable, sin problemas con el viento.

A sus 15 años, ya era una mujer formada, pero escondía su cuerpo bajo unas telas que había encontrado en un campamento de mercaderes de cerdos que había pasado cerca de su casa del árbol.

Sin embargo, tuvo un susto grande cuando se cruzó por primera vez con un cazador de mutantes. El hombre ya estaba de regreso con una bolsa llena de cabezas de criaturas, unas tres o cinco había contado Piedad desde que lo había vigilado acercándose a su casa del árbol.

Pero Piedad resbaló y el hombre apareció ante ella en un pestañeo. En lo que vio que era una niña, sus ojos se desorbitaron y su lengua apenas podía quedarse dentro de su boca. El hombre agarró con fuerza a Piedad, le dijo que todo pasaría rápido, que sería peor si ponía resistencia. Piedad le mordió la mano al cazador y en el descuido, causado por el alarido del hombre, tomó una piedra cercana a ella y le reventó el cráneo a su atacante.

Después de respirar profundamente, registró el cadáver del cazador. Miró sus credenciales y vio lo que le parecía una leyenda hasta ese momento: un pase para entrar a la gran ciudad.

Pronto junto sus cosas, tomó la bolsa de cabezas de criaturas y se lanzó a la entrada de la ciudad. Tardó tres días, caminando en el sentido del río que rodea la muralla. Finalmente llegó el momento y tapó su rostro para que no pudieran ver de que se trataba de una niña. Los guardias, fuertemente armados, custodiaban el puente, donde se hacían largas colas para entrar a la gran ciudad y había una multitud de mendigos y exhiliados pidiendo entrar.

Piedad respiró profundo y entró a la fila. Las personas que estaban a su alrededor, la mayoría comerciantes de vegetales y carnes, se asqueaban por el olor que expendía la bolsa de las cabezas que llevaba Piedad.

Cuando estuvo frente a la entrada, enseñó su credencial temblando, aunque el guardia no estaba muy seguro de que se tratara de la misma persona, decidió apurar la entrada de Piedad a causa del mal olor en las cabezas.

Si la selva le había parecido terrorífica unos años antes, la ciudad era un infierno de horrores que se levantaba ante su mirada. El caos con el ruido de los carruajes y los caballos en masa, la gente que cruzaba en manada por las aceras, la basura sobre el asfalto y las paredes con palabras de protesta contra El Gobierno.

Algún día estallará la burbuja”, leyó Piedad, en un muro firmado por LC.

Respirando profundo, Piedad decidió centrarse en qué hacer ahora que estaba adentro de las murallas. Se alejó en un callejón y pensó qué hacer. Vio la bolsa de cabezas y supo que tenía que entregarlas ¿Pero a dónde? El único rumor que sabía era que El Ministerio de Seguridad pagaba bien por aquellos trofeos.

Piedad salió del callejón, dispuesta a encontrar aquel lugar donde le darían a cambio oro. Miró entre los carteles, pronto encontró una flecha hacia su destino “El Palacio”, leyó y pensó que era el lugar indicado.

A medida de que avanzaba, dejaba atrás el caos del tráfico y la gente. Los edificios ya no estaban a su alrededor y el sol brillaba con fuerza. Las casas cada vez eran más grandes y tenían hasta hermosos jardines en su frente.

Aunque tardó dos horas en llegar a su destino, Piedad sintió que solo pasaron 15 minutos. Ahí estaba ella, frente al Palacio. Que resultó ser un elegante edificio blanco, alejado de cualquier vecino que estuviera a su alrededor. Afuera habían caballos y carruajes estacionados. Sin lugar a dudas, era un sitio que respondía a la calidad del nombre.

Al intentar entrar, fue detenida por un hombre alto, de barba y calvo. Sus gordas manos tomaron a Piedad por el brazo, gritándole que no era sitio para una mugrosa del downtown.

El guardia la empujó y cayeron las tres cabezas de la bolsa de Piedad. El guardia tembló como un niño al ver la expresión de las criaturas sin vida, empezó a gritar ¡Es una cazadora! ¡Es una cazadora!.

Un anciano iba saliendo del Palacio, se acercó y ayudó a Piedad a levantarse, así como colocar las cabezas de los monstruos en la bolsa.

Estás perdida”, dijo el anciano bajito, que usaba un bastón para caminar. “Este no es El Palacio que crees que es. Aquí venimos los hombres a divertirnos con señoritas”, rió picaramente el hombre.
Vamos, sé a donde tienes que ir”.

El hombre comenzó a caminar. Piedad no sabía que hacer, pero era la primera persona que la trataba con dulzura en muchos años. Quizás era la primera vez que le pasaba.

Mi nombre es Nakamura ¿Cuál es el tuyo?”. Piedad no respondió. “Vamos, niña. Mi madre me enseñó a nunca hablar con extraños. Así que si no sé tu nombre no puedo ayudarte”.
Piedad”, murmuró la pequeña.
¿Pilar?”
No… no… Piedad”.
Hola Piedad. Mucho gusto. Mira, ya llegamos”.

Estaban frente a un edificio pequeño, custodiado por guardias, similares a los que estaban fuera de la muralla.

Entra. Me tengo que ir”.
No. No sé que hacer”, saltó Piedad para ponerse en el medio del camino del viejo.
Está bien. Vamos”.

Los guardias saludaron animosamente a Nakamura. Le preguntaron que qué hacía de regreso en el Ministerio de Seguridad. Nakamura le comentó que estaba ayudando a su disipula a entregar cabezas por oro.

¿Esa niña?” rió el más robusto de los soldados.
Esa es la niña que decapita”, respondió Nakamura mostrándole el interior de la bolsa de Piedad.

Los guardias se pusieron nerviosos y dejaron pasar sin más entretenimiento a los recién llegados.

Adentro, había una cola de dos o tres cazadores. No muchos. Lo cual resultó ser una ventaja para Piedad que no quería separarse de Nakamura, quien quería salir rápido de aquel lugar. El anciano le dijo que lo único que tenía que hacer era entregar la bolsa a la mujer que estaba detrás de la ventana, ahí le darían un número que cambiaría por oro en la siguiente puerta.

Así fue. Menos de 20 minutos en el proceso y marcharon con una gorda bolsa de oro.

Piedad brincaba de alegría.

Aquí es dónde nos separamos. Buena suerte con tu oro”, le sonrió una vez Nakamura y cuando dio la vuelta, no pudo dar un paso más.

No tengo donde quedarme”, confesó Pilar. “Comparto mi oro con usted si me deja un espacio en su casa, no quiero volver allá afuera”.

Nakamura vio hacia todos lados. Llevó su mano a la boca de la niña. La inspeccionó otra vez: “Eres una salvaje. ¿Cómo no he podido notarlo? Vamos rápido, si te ven, te sacarán a patadas de aquí”.

Nakamura caminó tan rápido como pudo. Piedad estuvo detrás de él todo el tiempo, con su bolsa de oro y sus pocas pertenencias que tenía en la espalda.

Desde ese día, la vida de Piedad cambió para siempre. Se convirtió en una sirvienta de Nakamura, quien le entrenó para convertirse en una cazadora de verdad. Al fin y al cabo, había que aprovechar esas habilidades naturales que ella tenía para obtener más oro.

Debido a su poco peso, no sería conveniente entrar a peleas cuerpo a cuerpo con aquellas bestias radioactivas. Nakamura le enseñó más de 500 trampas para atrapar a sus presas. Por si acaso, también le enseñó a defenderse con sus manos. Y le regaló su trabuco, una pistola efectiva para la cacería de estas bestias. Así como un bastón de madera que le ayudaría en cada misión.

Los días de Piedad consistían en levantarse antes de que saliera el sol para prepararle el desayuno a su maestro. Luego tocaba una intensa sesión de ejercicios que incluía correr 10 kilómetros como calentamiento. En el patio de la casa de Nakamura, había un saco para golpear, así como diferentes trampas para preparar las habilidades de la joven, que no paraba de crecer.

A sus 25 años, ya Piedad poseía una licencia propia de cazadora de criaturas, y un nuevo nombre “Sweet Mercy”. Ya La Niña que Decapitaba había quedado atrás.

Aunque seguía teniendo un cuerpo delgado y unas exhuberantes curvas que atraían las miradas de los hombres que le rodeaban… solo que a ella no le interesaba ninguno de ellos… hasta que conoció a El Trampa. Pero eso es parte de otra historia.

Scott Nakamura


viernes, 15 de abril de 2016

Poster teaser

Muy pronto, noticias sobre el cortometraje "Hunting Season", la semilla de este universo de historias.


jueves, 14 de abril de 2016

Todos son monstruos

Odio a todos los monstruos. A todos.

Gracias a ellos bebo la mejor cerveza del Reino Urbano, como las mejores carnes de La Macía y me follo a las mujeres que mejor huelen del Palacio del Placer.

Pero como les detesto. 

Esas deformidades de sangre verde que acechan afuera de las murallas del Reino, siembran mucho miedo entre los civiles. Solo basta ver a los ciudadanos temblar, cuando ven una cabeza inerte de un monstruo cazado. Tiemblan. Como si en cualquier momento les fuera a morder.

Son patéticos. Aguanto la risa hasta que me dan la bolsa de oro, que corro a “invertir” en la taberna más cercana.

Pero no solamente los que habitan la tierra salvaje son unos monstruos. También he visto intelectuales de la medicina experimentar con niños de la calle o los políticos que abusan de su poder para sacarle sexo gratis a las putas del palacio.

Ellos también son monstruos. Y los odio por igual.

Creen que tienen otro nivel por estar en la zona segura de las murallas. Dicen ser civiles porque no están preparados para lo que está en terreno salvaje. Nosotros los cazadores sí lo estamos, por eso nos envían a nosotros.

Cuando hay una alerta 4 (5 es el máximo de la escala Mularkey)ni se asoman por la ventana, saben que pueden ver a lo lejos algún monstruo en la tierra libre y eso, les da una angustia tremenda. No se atreven a verlos caminar si quiera.

Esos son los momentos de más trabajo. Aumentan nuestras arcas, eso sí, pero las alarmas son demasiado intensas. No nos detenemos hasta que el perímetro de la muralla esté limpio.

Todos son monstruos. Todos han caído ante mis armas. Ya sean mutantes o humanos.

Y no descansaré hasta que no caigan todos.


Héctor “El Plomo”

viernes, 8 de abril de 2016

Un Día de Campo

- ¿Volveremos a casa, Farayat?
- No lo creo, hermanito. Dame la mano. Si es aquí donde terminaremos nuestras vidas, nunca estaré más orgulloso de haberla compartido a tu lado, Mohammed. Te quiero.

El hermano menor apretó con fuerza a su hermano mayor. Estaban en una cueva, asediados por el ataque de un grupo incontable de criaturas.

¿Cómo había pasado esto?

Tenemos que irnos al principio del día, cuando Farayat levantó con un fuerte golpe en la puerta a su hermano menor, Mohammed.

- ¡Se nos hará tarde, idiota! Hay que aprovechar todo el sol que podamos.

Una voz oscura, de un delgado y alto mayordomo resonó el ancho pasillo.

- Lo intenté desde temprano, don Farayat, pero parece que don Mohammed está muy cansado.

Un chillido de la puerta detuvo la conversación. Lentamente se abrió y ahí estaba Mohammed, delgado, de aspecto mucho más delicado que su hermano mayor. Quizás el hecho de que la barba de Farayat era poblada, destacaba frente a las delicadas facciones del rostro sin vellos de su hermano menor.

- Ya, ya. Estoy despierto. Luis, el desayuno con mucha fuerza hoy.
-Sí, Don Mohammed.

El mayordomo se retiró con gracia, pero a toda velocidad, en dirección a la cocina. Para ello debió caminar por el largo pasillo y pasar ante 20 retratos de la familia Hamdan.

La Mansión Hamdan está ubicada en el prestigioso Campamento Madrid, junto al resto de las casas de élite. Los Hamdan tienen una pasión admirable por la cacería, que es la base de su fortuna, al ser responsables de uno de los más grandes criaderos de cerdos y ganado conocidos en el mundo actual.

Esa misma pasión es la que hacía brotar venas de la frente de Farayat, al ver que su hermano no estaba listo y con el sol yendo hacia el punto más alto del cielo, sin freno.

- Termina el puto desayuno de una vez.
- Ese lenguaje no te lo permito, Farayat.
- Perdóname, madre. Pero es que Mohammed nos hace desperdiciar valiosas horas de luz.

Doña Dina era conocida por su mano dura. Aunque era don Tarek quien suministraba la fortuna de la casa, Dina era la voz de la Familia Hamdan.

- Tu hermano le pidió a Luis tres lonjas de bacon. Las tiene que comer todas. A su ritmo.
- Sí, madre. Te espero afuera, renacuajo.

Doña Dina refunfuñó.

- Parad los insultos. Al final del día, lo único que tenemos es la familia. No me gusta que se traten así. No me gusta que se vayan de esa estúpida cacería.

Farayat rió.

- Madre, lo llevamos en las venas. Padre aniquila a diario cerdos y vacas. Caza jabalíes para aumentar nuestras arcas. Vivímos de nuestros instintos.
- Padre lo hace para alimentar a toda una ciudad – estado que depende de él. Tu lo haces para alimentar un ego estúpido.

Silencio.

- Pero es divertido- ríe con un pedazo de bacon todavía entre sus dientes, Mohammed. - Estoy listo. Adiós, Madre-

Mohammed le da un beso en la frente a su mamá, quien grita sus últimos regaños antes de que se marchen sus hijos.

- ¡Sabes que en esta casa no decimos adiós, sino hasta luego! ¡Decir adiós es despedirse para siempre!

La voz de Doña Dina bajó a medida de que los hermanos se iban alejando del comedor. Rumbo a la armería de la casa.

Menos de una hora más tarde, salía la caravana desde el Campamento Madrid. El grueso portón subía sus puertas, mientras que bajaba el puente sobre el lago oscuro que lo rodeaba. Salieron cuatro vehículos impulsados por pedales, con sus tripulantes ocultos bajo las gruesas lonas.

Adentro estaban Farayat y Mohammed bebiendo vino, mientras limpiaban sus armas. Farayat tenía puesto sus gafas de sol, su boina negra y su rifle favorito. Mohammed cargaba su gorra favorita con la visera hacia atrás. Su pistola preferida era un trabuco de oro.

Cada uno vestía una camisa roja de diferente modelo. La de Laura tenía un camuflaje militar que combinaba con el color marrón. La de Farayat tiene el escudo de la familia sobre su corazón, dos armas cruzadas con una rosa en el centro. La de Mohammed tiene una cobra blanca en su espalda.

- No es un buen día para cazar – dijo una voz aguda, con tono de regaño.
- Laura, tu te encargas de mostrarnos la zona de cacería y ya – respondió con dureza Mohammed. - Nosotros somos los cazadores, recuerda.

Laura se quejó en silencio, sin decir una palabra, su boca y sus ojos dijeron todo. Farayat le ofrece una jarra de cerveza, para tranquilizar la situación. Laura bebe un largo sorbo.

- Salimos tarde, eso es lo que pasa – reclamó Farayat.

Mohammed empezó a cantar una canción poco conocida entre los presentes, en un intento de evadir su culpa.

Después de dos horas de camino, el sol ya estaba en su punto más alto. Ni la muralla del campamento o de la ciudad se podían divisar en el horizonte. Solo habían algunos árboles en la sabana. Sin embargo, empezaba una frondosa selva a unos metros donde se detuvo la caravana.

Laura fue la primera en bajar. Con su cañón portátil al hombro. Se puso sus gafas electrónicas, en la que los vidrios rojos le permitían observar mucho más allá de lo que estaba frente a ellos.

Miro hacia la profundidad del bosque cercano. Finalmente gritó.

- ¡Es aquí!

Farayat y Mohammed siguieron a Laura. Luego bajaron otros cuatro hombres fornidos, cada uno con una escopeta y un trabuco.

- ¿Avanzamos?
- Sí, Laura. Avanzamos. Los chóferes se quedan aquí.

Cada carro impulsado a pedal tenía dos chóferes. Aquella orden sonó como música para aquellos que habían pedaleado por dos horas. Uno de ellos encendió rapidamente un cigarrillo, el resto bebió mucha agua.

Mientras que los cazadores se adentraron hacia el bosque, con Laura a la cabeza.

Laura estaba concentrada en cada paso que daba. Sus goggles estaban puestos en el camino, en las ramas de los árboles, en los troncos. El resto venía hablando animadamente.

- ¿En serio te tiraste a la mayor de las Phillips?- dijo un curioso cazador.
- Sí, la mayor y la de las tetas más grandes – río estrepitosamente Mohammed.

Farayat estaba más cerca de Laura que el resto del grupo. Aprovechó para acercarse a la scout.

- Perdona a mi hermano… él… es muy idiota.

Laura sigue con su visión al frente.

- Que bueno que no lo escuchaste entonces.
- Lo escuché- repuso Laura después de unos segundos de silencio- Pero opté por ignorarlo.

Mohammed siguió hablando entusiasmado sobre la fiesta de anoche, que incluye bebidas, manjares y bailes eróticos privados.

- ¡Shhht!- dijo sonoramente Laura, poniendo su puño en el aire.

Farayat preparó su arma. El resto de los cazadores apuntó con precisión hacia los árboles. Mohammed sacó su trabuco dorado y lo llevaba de un lado a otro con sus manos temblando.

- Mantengan silencio – susurró Laura agresivamente. - El ruido les pone más violentos.-
- ¿Cómo sabes que son más de uno?- responde Farayat en voz baja.

Laura señala con su cabeza en la dirección hacia un lago cercano, que tiene unas cuevas aledañas. Lo que vieron les hizo acelerar el corazón.

Una manada de criaturas radioactivas. Masculinas, femeninas, pequeñas crías. Robustos, flacos, altos, enanos. De todo un poco entre las 15 bestias que habían detectado.

- ¡Estamos jodidos! - susurró Mohammed.
- ¡Shhht! - respondieron todos.

El silencio se impuso en el grupo una vez más. Laura se quitó los goggles, volteó hacia Farayat.

- Te dije que no era un buen día para cazar. Lentamente retrocedamos-

- Ni hablar – dijo Farayat con un susurro casi incontrolable.- Hoy tenemos que cazar. Es nuestro deber… se lo debemos a la gente. Eliminar cuantos monstruos podamos.-

- ¿No estás viendo que son más que nosotros?- Mohammed no se pudo controlar y alzó la voz.

Error.

Las bestias se pusieron en alerta. Las féminas huyeron del sitio agarrando a las criaturas más pequeñas. Los machos de la manada caminaron hacia el grupo encerrado en el bosque.

- ¡Mierda! ¡Mierda! Retirada ya – susurró con fuerza Laura.

Las bestias aceleraron el paso. Mohammed sacó su trabuco dorado y disparó hacia el grupo. Un agudo aullido marcó el comienzo de la arremetida de las criaturas.

Los cazadores dispararon en vano hacia las bestias. Solo derribaron dos antes de ser devorados por una de ellas. Detrás de la camada de machos violentos, había una criatura particularmente robusta y alta. Sus colmillos sobresalían desde su boca. Sus ojos rojos estaban puestos en el trabuco dorado de Mohammed.

Una explosión hizo que tres de las bestias cayeran. Fue el cañón de hombro de Laura que les hizo ganar tiempo.

- ¡Rápido! - le gritó a los hermanos. - Vayan hacia las cuevas. Es nuestra única oportunidad-

Mohammed disparó ciegamente hacia todos lados. Farayat se detenía de cuando en cuando en medio de la carrera para acertar disparos en las cabezas de las bestias. Logró frenar a tres. Pero cada vez era mayor el número de criaturas que les perseguían.

La bestia robusta corría a toda máquina hacia Mohammed. No le perdía de vista. Recibía disparos, pero igual continuaba en marcha.

Farayat y Mohammed lograron entrar a una cueva. Detrás de ellos escucharon un sordo golpe que hizo temblar las paredes rocosas. La bestia robusta cayó en la entrada de la cueva, bloqueando la salida con su voluminoso cuerpo, al mismo tiempo que las piedras caían sobre él.

Los hermanos Hamdan estaban atrapados en la cueva que les vimos al principio de la narración.

Las bestias se arremolinan en la entrada, alrededor de la mitad del cuerpo de la criatura robusta. Sus gritos y aullidos penetran hacia adentro, donde Farayat y Mohammed intentan respirar el oxígeno que les permite el estrecho espacio.

¡BOOOM!

Una explosión hace que varias criaturas caigan, así como que se divida por la mitad el fallecido cuerpo de la bestia robusta. La entrada se abre un poco más.

¡BOOOM!

Esta explosión termina de desbloquear la salida. Las pocas criaturas que quedan en pie salen corriendo del lugar.

Silencio.

Farayat sale con su arma, apuntando hacia la oscuridad. Mohammed le sigue con su trabuco dorado reflejando la luz de la luna.

Laura recarga su cañón de hombro.

- ¿ESTÁIS BIEN? - Laura sabe que debe hablar con gritos, los hermanos están casi sordos por la explosión. - ¡VAMOS AHORA ANTES DE QUE VUELVAN MÁS!-

Mohammed asiente con la cabeza. Farayat se devuelve a la cueva.

- ¿QUÉ HACES IDIOTA?-

Los pasos de las criaturas empezaban a sonar con más fuerza desde todas direcciones del bosque.

- ¡FARAYAT! ¡ME VOY Y TE DEJAMOS!

Mohammed estaba listo para disparar hacia la oscuridad. Laura se puso sus lentes para mejorar su visión nocturna.

Farayat salió de la cueva con la cabeza de la criatura robusta.

- ¡VAMOS! YA

Farayat gritó y siguieron a Laura, corriendo sin frenar por eternos minutos, hasta que llegaron al lugar donde les esperaba la caravana.

- ¡A TODO PEDAL, MUCHACHOS!-

Laura grita y los chóferes responden a la orden sin dudarlo. En un pestañeo están corriendo por el camino de vuelta al Campamento Madrid.

Dentro de la caravana. Los hermanos se abrazan.

- Me alegra que estés bien, Farayat-
- No ha sido nada y hasta pude traer el trofeo a casa-

Laura respira profundamente.

- La próxima vez que les diga que no es un buen día para cazar me haréis caso.-

- Sí, sí, claro Laura. Lo que tu digas. Ahora la familia Hamdan está en una gran deuda contigo. Cuando lleguemos a casa discutiremos los detalles de tu pago-

Laura ríe.

- A ver si logran pagar lo que necesito para retirarme-

- ¿No seguirás con nosotros? - dice Mohammed.

- El mundo es demasiado peligroso como para perder la vida jugando a la cacería. Con lo que me pagareis, podré montar mi propia Macia y vivir tranquila. Pero ya lo hablaremos, niñatos-

Laura le dio unas palmaditas en la cara a los hermanos Hamdan.

Sonríe pensando en la fortuna que le espera. Sonríe aún más al recordar a Trampa.


Crónicas de Laura Biz Yon (LBY).

El Observador de La Muralla

Alguien tiene que escribir toda la locura que está pasando en esta burbuja de concreto.

No hay mejor manera de describirlo que las dos realidades totalmente contrastantes entre la vida que hay en la ciudad y la supervivencia que pasan innumerables personas en terreno salvaje.

Una vez mi hijo Mark me preguntó que por qué la gente insistía en vivir afuera de la ciudad. Le perdoné la pregunta por sus inocentes 7 años de edad. A quien no se la perdono es a Roth, mi vecino, que entre chistes en su barbacoa dominical no entendía cómo había gente viviendo en los bosques, en pleno Siglo XXVI.

La verdad es que Roth es el ciudadano promedio. Solo le interesa divertirse los tres días del fin de semana. De lunes a jueves tiene un trabajo de oficina bastante monótono. Y le da igual lo que pase más allá de las fronteras amuralladas de nuestra “armoniosa” urbe.

Lo que quiero compartirle, querido lector, es que los caseríos y pequeños pueblos que sobreviven al aire libre no lo hacen por decisión. La gran mayoría son familias exiliadas, por buenas y malas razones. Entre los arbustos hay campamentos improvisados con restos de basura por antiguos residentes de “El Corralito”, como se le apoda a la prisión estatal.

A eso se le suma la presencia de animales salvajes, y por supuesto, nuestro gran dolor de cabeza: las criaturas radioactivas. Esos engendros mutantes que son capaces de destrozar tu brazo con sus mandíbulas, aplastar tu cráneo con sus puños o hacerte pedazos para comerte por partes.

Claro, que para El Gobierno y las Casas Élite, deberíamos sentirnos más seguros con los cazadores eliminando a estas bestias que alguna vez fueron humanos. Pero la verdad es que los cazadores son mercenarios cuyo único objetivo es el oro, no el bienestar del ciudadano común. Eso es un problema, porque cuando se acabe el oro, se acabará la protección... la sensación de seguridad es solo un espejismo.

No creo que haya afuera un cazador que se preocupe por el bienestar de nosotros, cuando ellos tienen hogar, buena suma de dinero, las mejores mujeres del palacio de placeres y la mejor comida de La Macia.

Y si hay alguno que de verdad le preocupe, y esté leyendo estas líneas, que sepa que cuenta con mi respaldo de lo que sea, desde El Observador de La Muralla, el único medio independiente que queda en esta ciudad.


Leonardo Cubo