domingo, 12 de junio de 2016

Plomo de cacería

Plomo tenía en su mano un cartel que le obsesionaba. Cada criatura era un trofeo. Pero esta tenía algo singular.

Empezaba la temporada de cacería, en esa época del año, en escala Mularkey, la alerta estaba en 4.0 de un máximo de 5. Por lo que el número de criaturas había aumentado en los alrededores.

Pero esta bestia era diferente.

La ilustración mostraba como devoraba un cartel de tráfico cuando se le vio la última vez. Y la criatura estaba cerca de la ciudad. Estaba adentrándose a las ruinas del templo. Eso es demasiado cerca a la muralla, para sus gustos.

Era una noche calurosa. No soplaba nada de brisa. El silencio era sepulcral. Plomo sacó su arsenal a la luz de las velas. Chequeó por segunda vez su pistola, su rifle y su cuchillo de confianza.

Todo estaba a punto. El cuchillo brillaba con hambre. Las balas estaban inquietas por salir del cañón.

Plomo repasó el mapa del territorio hostil. Miró con detenimiento los senderos de los transportes en los alrededores de las ruinas del templo. Ese rastro de ídolos y basílicas que quedó marginado en el bosque cuando estalló la Guerra Radioactiva.

Estudió el camino principal que conecta la ciudad con el templo. Tenía una idea clara de donde podría estar la bestia. Solo le tomó segundos en deducirlo. Es la experiencia de conocer la costumbre de la presa.

Las criaturas prefieren las zonas boscosas para que no les moleste el sol, beben agua en abundancia y esperan pacientes alrededor de los caminos principales para comer alguna víctima de turno.

Cerró el mapa.

Volvió a ver el cartel de la criatura una vez más. Su impaciencia por eliminarla la desahogó con el cuchillo sobre la imagen de aquella deformidad en dos patas.

Hay algo en esa bestia que le inquieta. La intuición del cazador le dice que esta cacería le hará cambiar para siempre.

Y el instinto de cazador, pocas veces se equivoca.



El Maestro

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